El passat divendres vaig anar amb la Itziar González a veure «Juicio a una zorra«, per recomanació expressa de ma germana. Fa uns mesos, a Madrid, va poder gaudir de la grandesa d’aquesta actriu i les seves paraules textuals van ser: «No te la pierdas por nada del mundo».

Ma germana i jo som autentiques i genuïnes «charnegas«: de pare andalús, López Garcia, i mare catalana, Pujol Surroca. Quan volem dir quelcom de manera contundent, forta, dictatorial, ho fem en castellà; en canvi, quan volem ser dolces, formals, amb seny i disseny, ho fem en català. Però ara les coses han canviat: el Sr Toni Albà, ben clar i català, ha sentenciat que no s’ha d’anar a veure el treball d’aquesta Deessa de la interpretació, per haver expressat les seves opinions públicament. Vaja, ara la manera de parlar entre ma germana i jo, ha d’introduir i conviure amb noves influencies com ho són el to dictatorial i el judicar i sentenciar als altres, que el teníem més relacionat amb els toros que amb els pebrots, però ara estem confoses. Però no tant com quan la meva avia, un dia tornant de ballar sardanes de la Catedral, em va dir que si veritablement em volia guanyar la vida havia de cantar coses alegres -“Tu, nena, ves fent el que et doni la gana que el que et passarà és que et fotràs de gana” i la Rosalia Pujol Surroca se’m va posar a cantar aquest pasdoble que avui vull dedicar a la Carmen Machi i a la Itziar Gonzalez, dues autentiques toreres de la injustícia. Us ho dic jo, que me llamo Lídia!

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Sabeu que ens va dir la Carmen? –Yo también quiero ser catalana. No és bonic?…

Si algun dia aconseguim la independència, cosa que dependrà de Ser Persones i de posar els lladres a les presons com a la resta del país, sé de molts i moltes espanyoles que s’estimen Catalunya que voldran canviar de nacionalitat. Ai, verge santa! Que se’ns omplirà Catalunya de refugiats espanyols fugint dels lladres i la uniformitat!

Però si no ens desfem d’aquest excloure a l’altre per ser diferent, si no ens desfem de la corrupció i la pobresa de valors, per mi no cal que fem res, seria ridícul seguir torejant a la mateixa plaça per només aconseguir fer-ho amb un paravent a la cantonada.

Una forta abraçada a la diferencia en comunió.

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Article: Independencia y Trinidad, por Miquel Bassols

De repente, parece como si fuesen las palabras las que gobiernan y los gobiernos los que fuesen gobernados por ellas, arrastrados como se encuentran tantas veces por su poder. Las palabras, demasiado rápidas, corren más que los sujetos que las dicen, y mucho más que los políticos que se hacen, como suele decirse, portavoces suyos. Es lo que nos parece que está ocurriendo estos días, por ejemplo, con la palabra: “Independencia”. Dicha y gritada por una multitud en las calles de Barcelona el pasado once de Septiembre —no hacía falta escribirla en ninguna primera pancarta de manifestación para hacerla escuchar—, ha sido después inevitablemente desplazada, a veces hasta silenciada, como un arma que se vuelve contra el que la blandía. El presidente Artur Mas, después de declarar que “todo es posible”, tuvo que transformarla unos días después en una “Interdependencia” tal vez más manejable políticamente, después de que el mismísimo Jordi Pujol la hubiera puesto claramente en solfa: “la independencia es imposible”. Así y todo, cuanto más imposible parece más resuena el eco de su grito en la multitud, desde el majestuoso Passeig  de Gràciahasta el Camp Nou. Y cuanto más contestada y negada resulta desde el gobierno central español, más consistencia obtiene para ambas partes. Parece entonces que tiene la fuerza de aquellas palabras que resultan más afirmadas cuanto más negadas. Es lo que podemos muy bien calificar como un significante amo, —lo escribimos S1—, el signo que reúne y da consistencia a un grupo, a toda una comunidad, pero que también puede dividirla después para hacer aparecer el reverso de toda identificación: la división del sujeto, su falta de ser —lo escribimos $— que ningún significante ni ningún objeto podrá nunca clausurar. De ahí que la palabra “independencia” tenga hoy tanta fuerza para reunir y dividir a la vez.

Hacía falta sin embargo que alguien, una mujer y con la fuerza que da hacerse portavoz de un millón y medio de personas, la volviera a decir a las claras en las puertas del Parlament de Catalunya. Carme Forcadell, presidenta de la Assemblea Nacional de Catalunya, que había convocado ese mismo día la multitudinaria manifestación, lo decía de este modo al ser recibida por Núria de Gispert, presidenta delParlament: la independencia es lo que queremos y es lo que deben encomendarle a nuestro presidente como un deseo irrenunciable. ¡Cómo decirle que no! Digamos mejor “estado propio”, matizará unos días después el presidente. De repente, la palabra nos conduce de nuevo a un nudo difícil de manejar y no sabemos ya cómo deshacernos de sus efectos. Carme Forcadell es también quien supo transformar la conocida frase de Jordi Pujol, “es catalán todo aquél que vive y trabaja en Catalunya”, en esta otra: “es catalán quien quiere serlo”, desde un discurso mucho más dúctil todavía a la fragilidad del ser, a su vaciedad inherente. Serlo es ahora quererlo,  sin atributos ni complementos que determinen su condición de ser. Es realmente el deseo ideal, que no haga falta ya pasar por la alienación que supone tener que pedirlo. No hace falta tampoco pasar por la pesada condición de vivir y trabajar… De hecho, es la afirmación contundente del hecho que la vaciedad del ser siempre tiende, necesariamente, a buscar la identidad: $ –> S1, escribámoslo ahora de este modo.

El problema llega cuando alguien no sólo quiere serlo sino que dice que ya lo es, cuando afirma su ser en un “Yo soy” que llena de atributos aquella vaciedad del ser que se manifestaba como pura voluntad, cuando lo llena de condiciones y complementos para hacer con esa voluntad una identidad completa. Entonces el Yo se cree el amo de aquel ser de lenguaje cuando sólo es sirviente suyo. Entonces empiezan los problemas, el día después de la fiesta. De hecho, lo que un análisis cuidadoso viene a descubrirnos es que la independencia del Yo es más una creencia que no un sueño, una creencia tan religiosa como cualquier otra, tan dependiente de los significantes ideales que la gobiernan como de la imagen del otro, de la imagen del otro Yo en la que se alimenta.

Teresa Forcades —sí, a veces el significante tiene estas cosas y vamos desde la Forca-d’ell (la horca de él) a las Forcades (las horconadas)—, la monja benedictina que se hace escuchar con fuerza y precisión en ámbitos muy diversos, había puesto unos días antes un toque de atención que no deberíamos menospreciar en absoluto. Decía así: “la independencia es un proyecto de diversidad” comparable a “la pluralidad de la Trinidad cristiana”. No habría verdadera independencia si no es en un vínculo tan interdependiente como el que implica el nudo de la Trinidad, un nudo que tiene una estructura muy sólida: sólo hace falta que uno cualquiera de los tres se desate para que los otros dos queden también enseguida desatados. Pero desatados no serán independientes, simplemente ya no serán… diversos. Los lectores de Lacan —y Teresa Forcades sostiene que lo es—, conocen muy bien las virtudes de este nudo que forma la unidad trinitaria. Pero ¿cuál sería hoy la trinidad catalana que diría la unidad de su identidad? Un misterio. El padre hace tiempo que está en declive —Jacques Lacan dixit—, el hijo sigue en casa sin encontrar trabajo. ¿Y el Espíritu Santo? ¿El amor tal vez formará el vínculo que falta, entre la España que fue y la Europa que debería llegar?

Siguiendo con los vínculos familiares, tendamos la oreja a otro hecho de lenguaje. Estos días escuchamos un desplazamiento bastante sintomático cuando se habla de los difíciles vínculos entre Catalunya y España. De nuevo las palabras mandan y de la metáfora del matrimonio, cuando uno de los dos consortes pide el divorcio, estamos pasando a la metáfora de los hermanos, cuando uno de los dos revindica más poder que el otro.

Visto así, está claro que nos hará falta una trinidad allí donde la dualidad no sabe cómo arreglárselas. Sí, Europa tal vez…

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El otro día fui con Itziar González a ver Juicio a una zorra, interpretada por Carmen Machi, por recomendación expresa de mi hermana. Hace unos meses, en Madrid, pudo disfrutar de la grandeza de esta actriz y sus palabras textuales fueron: «No te la pierdas por nada del mundo».

Mi hermana y yo somos auténticas y genuinas charnegas: de padre andaluz, López García, y madre catalana, Pujol Surroca. Cuando hablamos entre nosotros y queremos decir algo de forma contundente, fuerte, dictatorial, lo hacemos en castellano; en cambio, cuando queremos ser dulces, formales, con sensatez y diseño, lo hacemos en catalán. Pero ahora las cosas parecen haber cambiado. Toni Albà, claro y catalán, sentenció que no hay que ir a ver el trabajo de esta diosa de la interpretación por haber expresado sus opiniones públicamente.

Vaya, ahora la manera de hablar entre mi hermana y yo tiene que introducir y convivir con nuevas influencias. El tono dictatorial y el hecho de juzgar y sentenciar a los demás lo teníamos más relacionado con los toros que con los pimientos, pero ahora estamos confundidas.

Aunque no tan confundidas. Mi abuela, un día, volviendo de bailar sardanas de la catedral, me dijo que si verdaderamente quería ganarme la vida tenía que cantar cosas alegres: «Tú, niña, ve haciendo lo que te dé la gana, que lo que te pasará es que te morirás de hambre.» Y Rosalia Pujol Surroca se puso a cantar un pasodoble que hoy quiero dedicar a Carmen Machi y a Itziar González, dos auténticas toreras de la injusticia. Os lo digo yo, que me llamo Lídia!

 

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Tras la actuación quise abrazar a Carmen para agradecerle todo lo que nos había dado y, ya hablando de todo ello, ¿sabéis qué nos dijo? «Yo también quiero ser catalana…» ¿No es bonito?

Si algún día conseguimos la independencia, hecho que dependerá de ser personas y de poner los ladrones en las cárceles como en el resto del país, sé de muchos y muchas españolas que aman Catalunya que querrán cambiar de nacionalidad. ¡Ay, virgen santa! ¡Que se nos llenará Cataluña de refugiados españoles huyendo de los ladrones y la uniformidad!

Pero si no nos deshacemos de este excluir al otro porque es y piensa diferente, si no nos deshacemos de la corrupción y la pobreza de valores, para mí ya podemos apagar las luces del traje. Sería ridículo seguir toreando en la misma plaza por sólo conseguir hacerlo con un biombo en la esquina.

Un fuerte abrazo a la diferencia en comunión.

 

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Artículo: Independencia y Trinidad, por Miquel Bassols

De repente, parece como si fuesen las palabras las que gobiernan y los gobiernos los que fuesen gobernados por ellas, arrastrados como se encuentran tantas veces por su poder. Las palabras, demasiado rápidas, corren más que los sujetos que las dicen, y mucho más que los políticos que se hacen, como suele decirse, portavoces suyos. Es lo que nos parece que está ocurriendo estos días, por ejemplo, con la palabra: “Independencia”. Dicha y gritada por una multitud en las calles de Barcelona el pasado once de Septiembre —no hacía falta escribirla en ninguna primera pancarta de manifestación para hacerla escuchar—, ha sido después inevitablemente desplazada, a veces hasta silenciada, como un arma que se vuelve contra el que la blandía. El presidente Artur Mas, después de declarar que “todo es posible”, tuvo que transformarla unos días después en una “Interdependencia” tal vez más manejable políticamente, después de que el mismísimo Jordi Pujol la hubiera puesto claramente en solfa: “la independencia es imposible”. Así y todo, cuanto más imposible parece más resuena el eco de su grito en la multitud, desde el majestuoso Passeig  de Gràciahasta el Camp Nou. Y cuanto más contestada y negada resulta desde el gobierno central español, más consistencia obtiene para ambas partes. Parece entonces que tiene la fuerza de aquellas palabras que resultan más afirmadas cuanto más negadas. Es lo que podemos muy bien calificar como un significante amo, —lo escribimos S1—, el signo que reúne y da consistencia a un grupo, a toda una comunidad, pero que también puede dividirla después para hacer aparecer el reverso de toda identificación: la división del sujeto, su falta de ser —lo escribimos $— que ningún significante ni ningún objeto podrá nunca clausurar. De ahí que la palabra “independencia” tenga hoy tanta fuerza para reunir y dividir a la vez.

Hacía falta sin embargo que alguien, una mujer y con la fuerza que da hacerse portavoz de un millón y medio de personas, la volviera a decir a las claras en las puertas del Parlament de Catalunya. Carme Forcadell, presidenta de la Assemblea Nacional de Catalunya, que había convocado ese mismo día la multitudinaria manifestación, lo decía de este modo al ser recibida por Núria de Gispert, presidenta delParlament: la independencia es lo que queremos y es lo que deben encomendarle a nuestro presidente como un deseo irrenunciable. ¡Cómo decirle que no! Digamos mejor “estado propio”, matizará unos días después el presidente. De repente, la palabra nos conduce de nuevo a un nudo difícil de manejar y no sabemos ya cómo deshacernos de sus efectos. Carme Forcadell es también quien supo transformar la conocida frase de Jordi Pujol, “es catalán todo aquél que vive y trabaja en Catalunya”, en esta otra: “es catalán quien quiere serlo”, desde un discurso mucho más dúctil todavía a la fragilidad del ser, a su vaciedad inherente. Serlo es ahora quererlo,  sin atributos ni complementos que determinen su condición de ser. Es realmente el deseo ideal, que no haga falta ya pasar por la alienación que supone tener que pedirlo. No hace falta tampoco pasar por la pesada condición de vivir y trabajar… De hecho, es la afirmación contundente del hecho que la vaciedad del ser siempre tiende, necesariamente, a buscar la identidad: $ –> S1, escribámoslo ahora de este modo.

El problema llega cuando alguien no sólo quiere serlo sino que dice que ya lo es, cuando afirma su ser en un “Yo soy” que llena de atributos aquella vaciedad del ser que se manifestaba como pura voluntad, cuando lo llena de condiciones y complementos para hacer con esa voluntad una identidad completa. Entonces el Yo se cree el amo de aquel ser de lenguaje cuando sólo es sirviente suyo. Entonces empiezan los problemas, el día después de la fiesta. De hecho, lo que un análisis cuidadoso viene a descubrirnos es que la independencia del Yo es más una creencia que no un sueño, una creencia tan religiosa como cualquier otra, tan dependiente de los significantes ideales que la gobiernan como de la imagen del otro, de la imagen del otro Yo en la que se alimenta.

Teresa Forcades —sí, a veces el significante tiene estas cosas y vamos desde la Forca-d’ell (la horca de él) a las Forcades (las horconadas)—, la monja benedictina que se hace escuchar con fuerza y precisión en ámbitos muy diversos, había puesto unos días antes un toque de atención que no deberíamos menospreciar en absoluto. Decía así: “la independencia es un proyecto de diversidad” comparable a “la pluralidad de la Trinidad cristiana”. No habría verdadera independencia si no es en un vínculo tan interdependiente como el que implica el nudo de la Trinidad, un nudo que tiene una estructura muy sólida: sólo hace falta que uno cualquiera de los tres se desate para que los otros dos queden también enseguida desatados. Pero desatados no serán independientes, simplemente ya no serán… diversos. Los lectores de Lacan —y Teresa Forcades sostiene que lo es—, conocen muy bien las virtudes de este nudo que forma la unidad trinitaria. Pero ¿cuál sería hoy la trinidad catalana que diría la unidad de su identidad? Un misterio. El padre hace tiempo que está en declive —Jacques Lacan dixit—, el hijo sigue en casa sin encontrar trabajo. ¿Y el Espíritu Santo? ¿El amor tal vez formará el vínculo que falta, entre la España que fue y la Europa que debería llegar?

Siguiendo con los vínculos familiares, tendamos la oreja a otro hecho de lenguaje. Estos días escuchamos un desplazamiento bastante sintomático cuando se habla de los difíciles vínculos entre Catalunya y España. De nuevo las palabras mandan y de la metáfora del matrimonio, cuando uno de los dos consortes pide el divorcio, estamos pasando a la metáfora de los hermanos, cuando uno de los dos revindica más poder que el otro.

Visto así, está claro que nos hará falta una trinidad allí donde la dualidad no sabe cómo arreglárselas. Sí, Europa tal vez…

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